Este pasado martes acabó con una audiencia media más que considerable, pese al bajón del último capítulo (que se estrenó tres semanas después, con parón navideño entre medias, del anterior), la primera temporada de Hispania. En términos generales deja un buen sabor de boca, nos quedamos con la impresión de que es una serie bien producida y con unos personajes interesantes que puede dar juego para futuras temporadas. Sin embargo, desde que se iniciara la serie (dónde por cierto, no se emitían casi anuncios y ahora han vuelvo a la fórmula clásica de dos o tres espacios publicitarios por capítulo) se han cometido una serie de fallos de concepto que han ido mermando un poco esa gran esperanza que supuso el ver el primer capítulo.
Está claro que la serie está bastante bien cuidada, y el tener casi todas las secuencias en exteriores es un punto a favor muy importante para salir de la casposidad y la naftalina que desprendían las producciones familiares de hace unos años. Aunque hayan tropezado levemente con la elección de los nombres, y algunos vestuarios tanto de romanos como de hispanos parezcan recién sacados de la tintorería incluso en las batallas, la recreación y contextualización de la época imperial es bastante notable. Los guiones empezaron sorprendiendo al espectador, siempre había giros narrativos que ponían a personajes protagonistas entre la espada y la pared, y al principio, lo resolvían con mayor o menor peripecia con la fórmula de “salvamento en el último minuto”. Este esquema se ha repetido durante todos los capítulos que sucedieron al primero, por lo que el espectador ya no se sorprende con tanta facilidad, y el llevar a los personajes a un punto de máxima tensión para que en el último segundo algo impida un cambio radical (ya sea traición, muerte u otras decisiones trascendentes) hace que los personajes siempre se queden en el mismo punto, que no avancen. Es como si ya en la primera temporada estuvieran creando unos personajes de sitcom, en los que su situación no cambia sino que lo único que se hace es jugar con el carácter (que es siempre el mismo ya que no cambian) de los personajes, como ocurre en “Aída” dónde no hay una trama propiamente dicha. En resumen, han sido emprendedores al llevar personajes al extremo pero les ha faltado ese plus de valentía para romper aún más (Héctor, pese a ser crucificado no muere; Marco, que en vez de matar a Galba le restablece en su puesto; o Nerea, que siempre quiere escapar pero nunca logra la libertad total…).
Para la próxima temporada son necesarios estos cambios para que los personajes avancen y cambiar un poco la estructura del capítulo, que se hace previsible, y pueden llevarles a optar por giros muy inverosímiles para seguir sorprendiendo, como pasó con “Prison Break”. Respecto a las interpretaciones, el que parece que se ha hecho dueño y señor de la narración es Lluís Homar con su versión colérica y maquiavélica de Galba, pero valoro también mucho el trabajo de otros como Jesús Olmedo al que ya me creo como el terrible general Marco, o una Nathalie Poza que ha ido dejando a un lado sus primeros pasos más cercanos al quehacer teatral para hallarse en una interpretación más natural y emotiva.
lunes, 17 de enero de 2011
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