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martes, 20 de agosto de 2013

¿ESPECTACULARIDAD O VEROSIMILITUD?



Desde hace un tiempo tengo la sensación de que las corrientes que demandas los espectadores tanto de cine como de televisión se mueven entre dos puntos: que cuando predomina uno alabamos mucho el que se arriesga a situarse en el otro, y cuando ya nos hemos afianzado en ese otro (que nos empieza a cansar) vemos como un gran acierto el visionario que se atreve a irrumpir en el otro extremo. Me refiero a la eterna lucha entre espectacularidad y verosimilitud.

Con espectacularidad (no sé si el término es el correcto) me refiero al conjunto de hechos que se sale de lo común o de lo ordinario y que hacen que la serie genere un interés ya sea o bien en su trama o en alguno de sus personajes. Con verosimilitud hablo de ciertas marcas que hacen que lo que estamos viendo no se aleje demasiado de una realidad que conocemos como cierta o como probable, que el espectador no sienta que lo que ve no es creíble y por ende sea incapaz de empatizar con las situaciones recreadas. El ejemplo en forma de serie exitosa del primer caso podría ser tal vez “Lost”, a pesar del excelente trabajo en la construcción de muchos de sus personajes, que es lo que hacía que muchos de sus fans todavía siguieran fascinados por ella incluso cuando mostraban evidencias claras de descontrol de la narración –quinta y sexta temporada-. En un grado más exagerado tenemos a “Prison Break”, “24” o “True Blood”. En estos casos, “aceptamos” esta falta de realismo simplemente por la espectacularidad y la intensidad de lo que cuentan. En el otro extremo encontramos últimamente intentos de ser más pulcros en la recreación de ambientes, como pueden ser ficciones de estos últimos años como “Breaking Bad” o “Dexter”, que aunque con situaciones potentes, intentan ser lo más apegados a la realidad posibles.

En el cine ocurre lo mismo y cada vez más. El ejemplo más claro que he podido encontrar lo veo en la figura de Batman. El extremo primero estaría en la versión pintoresca de Tim Burton y el segundo en la psicológica de Christopher Nolan. Ha sido enormemente alabado este acercamiento del director de “Origen” a la figura del hombre murciélago desde una perspectiva más introspectiva y en la que se bucea mucho más en las dudas y los conflictos de la persona. Parecía que nos estábamos alejando de esa visión tan idílica, tan construida cinematográficamente, tan manufacturada guionísticamente, para dar una visión más real y más humana de las cosas. Entonces Nolan vuelve a probar su aparente fórmula mágica con el personaje de Superman. En términos generales, las críticas son negativas. ¿Por qué? ¿Ya no funciona ese código? ¿Ya no nos interesa el reflejarnos como seres humanos, con los conflictos reales? ¿Ahora queremos de nuevo que nos ofrezcan cosas que no vemos en la vida real, que nos hagan olvidarnos de nuestras vidas? Parece este el eterno debate. En estos dos casos concretos, tal vez la clave estribe en que hay géneros cinematográficos con unas estructuras estipuladas que son así por algo. En Batman, sí encajaba esta visión introspectiva, ya que Bruce Wayne no deja de ser una persona sin ningún poder que toma la decisión de ser un héroe; Clark Kent, sin embargo, es un héroe mitológico, no encaja en unos cánones tan dramáticos sino que deben ser épicos.  

 A nivel de series, en España, tendríamos los extremos situados en “Águila Roja” (la espectacularidad y poca credibilidad de un ninja que combate el mal en pleno siglo XVII) y en “Familia” (la visión sobre una familia atípica, que en la España actual va siendo la norma, con un cuidado extremo por la verosimilitud y realismo de personajes y situaciones, pero que va acompañado de unas tramas tan manidas que provocaba que la producción no llame la atención). Como casi siempre, en el término medio está la virtud. En esto, parece ser un acierto la serie “Breaking Bad”, partiendo de un high concept apabullante como lo puede ser un profesor de química que ante un cáncer comienza a fabricar metanfetamina para así dejar una buena herencia su familia, se apuesta por una visión realista, cercana, dialogada, de construcción de personajes donde tan importante es lo que se dice, lo que no se dice, e incluso el color de la ropa de los personajes. ¿Vosotros con qué os quedáis? ¿Espectacularidad o verosimilitud?

domingo, 29 de abril de 2012

CÓMO DECIR SOY UN HOMBRE LOBO


Siempre se habla de la forma en qué se deben plantear los mundos en las series o en las películas. Se habla de que el mundo que se crea, ya sea fantástico, de ciencia ficción, próximo o lejano tiene que ser verosímil. Verosímil, que no realista. Realista negaría entonces cualquier elemento que nuestra razón no pueda aceptar como verdadero en el universo común que nosotros conocemos. Pero no, lo que se pide es que las reglas que se planteen al construir esa estructura y esos códigos en los que se van a mover nuestros personajes debe ser lógicas respecto al universo creado. Crear unas reglas del juego propias que funcionen por sí solas y que una vez hagamos el salto de fe en que entramos en ese universo sean consecuentes con lo planteado en un principio.

En esta posición se encuentra en este momentos la nueva serie de Antena 3 “Luna: El misterio de Calenda”. En algo que ya se ha ido pudiendo anticipar desde que comenzara la serie, incluso en una primera secuencia en el que madre e hija protagonistas chocan con el coche contra algo que no parece ser ni una persona ni un animal, y que se ha ido acrecentando por la mitología que sugiere la serie en alguno de sus protagonistas adolescentes, pero también en la ambientación y en los exteriores plagados de bosques inquietantes. Me refiero a algo que se ha constatado en este capítulo tercero de la serie, titulado “Sangre”, dónde se nos plantea ya sin ningún tipo de tapujos que la serie de Globomedia se adentrará en la temática de los hombres lobo.

Aquí entonces, el espectador debe hacer un salto de fe y aceptar que esta nueva ficción, a pesar de tener los códigos de las series familiares en los que tenemos lazos familiares, dosis de amistad y amores adolescentes, vamos a verlo todo con el envoltorio que nos proporciona la temática mitológica sobre los hombres lobos, que ya veremos cómo se nos representa. En pos de todo esto, hay una secuencia curiosa y que sirve como catalizador de este proceso que se ve obligado a hacer el espectador, y que no deja de ser un ejercicio de metaficción. Me refiero a una de las últimas escenas del capítulo, donde Joel (Álvaro Cervantes) va siendo progresivamente consciente de que los síntomas que lleva desarrollando desde que llegara al pueblo no son consecuencia de una enfermedad como le dice su padre (Marc Martínez), sino que ha sido mordido y convertido por uno de estos seres, que le está otorgando la capacidad de no enfermar y de ser inmortal. El plano es revelador: Joel llega a la conclusión inevitable de su hibridación cuando su padre le confiesa la verdad. El nuevo Edward Cullen español, asume su nueva naturaleza diciendo: “No soy un enfermo. Soy…”. En ese momento se suspende el tiempo narrativo y Álvaro Cervantes gira su rostro a la vez que cambia el plano, como si hubiéramos pasado a otra superficie de realidad. Durante este tiempo Joel asume el proceso que también tiene que hacer el espectador, y que va de la negación, al estupor, y luego a la certeza. Para dos segundos después acabar verbalizando: “un hombre lobo”. No hay vuelta atrás. Sí, voy a hablar de hombres lobo. El personaje se lo cree, y el espectador debe creérselo también para disfrutar esta serie que nos propone Antena 3.


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