domingo, 29 de abril de 2012

CÓMO DECIR SOY UN HOMBRE LOBO


Siempre se habla de la forma en qué se deben plantear los mundos en las series o en las películas. Se habla de que el mundo que se crea, ya sea fantástico, de ciencia ficción, próximo o lejano tiene que ser verosímil. Verosímil, que no realista. Realista negaría entonces cualquier elemento que nuestra razón no pueda aceptar como verdadero en el universo común que nosotros conocemos. Pero no, lo que se pide es que las reglas que se planteen al construir esa estructura y esos códigos en los que se van a mover nuestros personajes debe ser lógicas respecto al universo creado. Crear unas reglas del juego propias que funcionen por sí solas y que una vez hagamos el salto de fe en que entramos en ese universo sean consecuentes con lo planteado en un principio.

En esta posición se encuentra en este momentos la nueva serie de Antena 3 “Luna: El misterio de Calenda”. En algo que ya se ha ido pudiendo anticipar desde que comenzara la serie, incluso en una primera secuencia en el que madre e hija protagonistas chocan con el coche contra algo que no parece ser ni una persona ni un animal, y que se ha ido acrecentando por la mitología que sugiere la serie en alguno de sus protagonistas adolescentes, pero también en la ambientación y en los exteriores plagados de bosques inquietantes. Me refiero a algo que se ha constatado en este capítulo tercero de la serie, titulado “Sangre”, dónde se nos plantea ya sin ningún tipo de tapujos que la serie de Globomedia se adentrará en la temática de los hombres lobo.

Aquí entonces, el espectador debe hacer un salto de fe y aceptar que esta nueva ficción, a pesar de tener los códigos de las series familiares en los que tenemos lazos familiares, dosis de amistad y amores adolescentes, vamos a verlo todo con el envoltorio que nos proporciona la temática mitológica sobre los hombres lobos, que ya veremos cómo se nos representa. En pos de todo esto, hay una secuencia curiosa y que sirve como catalizador de este proceso que se ve obligado a hacer el espectador, y que no deja de ser un ejercicio de metaficción. Me refiero a una de las últimas escenas del capítulo, donde Joel (Álvaro Cervantes) va siendo progresivamente consciente de que los síntomas que lleva desarrollando desde que llegara al pueblo no son consecuencia de una enfermedad como le dice su padre (Marc Martínez), sino que ha sido mordido y convertido por uno de estos seres, que le está otorgando la capacidad de no enfermar y de ser inmortal. El plano es revelador: Joel llega a la conclusión inevitable de su hibridación cuando su padre le confiesa la verdad. El nuevo Edward Cullen español, asume su nueva naturaleza diciendo: “No soy un enfermo. Soy…”. En ese momento se suspende el tiempo narrativo y Álvaro Cervantes gira su rostro a la vez que cambia el plano, como si hubiéramos pasado a otra superficie de realidad. Durante este tiempo Joel asume el proceso que también tiene que hacer el espectador, y que va de la negación, al estupor, y luego a la certeza. Para dos segundos después acabar verbalizando: “un hombre lobo”. No hay vuelta atrás. Sí, voy a hablar de hombres lobo. El personaje se lo cree, y el espectador debe creérselo también para disfrutar esta serie que nos propone Antena 3.


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