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lunes, 11 de febrero de 2013

FINAL DE LA 2ª TEMP DE "AMERICAN HORROR STORY"



“American Horror Story” ha terminado una temporada tan sugerente o más que la anterior, dónde han tenido cabida el misterio, la intriga, el thriller, el horror, el terror, los sucesos paranormales, y sobretodo la provocación. La galería de personajes sórdidos y horribles, mucho más insanos los que se encontraban a cargo de la institución que los que la habitaban, como no podía ser de otra manera, ha sido un estímulo muy provechoso que ha hecho que algunos excesos y licencias tomadas por los guionistas se hayan visto subsanados.

Porque la serie, ha pesar de cambiar de decorado, localizaciones, personajes y ambiente, ha mantenido su esencia rompedora, gris y provocadora, en esta institución mental que ha albergado muchos de los momentos de la temporada, pero que también ha dejado paso a una historia prácticamente fuera de la institución en la recta final de temporada, cuando todo el pastel de la corrupción que allí habitaba y la dejadez del Estado dejan al recinto alejado de la mano de Dios. Hablando de Dios, la religión y el sexo han estado muy presentes durante esta segunda temporada, temas muy jugosos para pervertir tanto a los personajes que nos narran la historia como a los espectadores que la están degustando. Porque si en la primera temporada las dosis sexuales las obtuvimos prácticamente a cargo del personaje de una joven y a la vez anciana Moira, en esta la hemos tenido prácticamente de la mano (y lo que no son las manos) de la hermana Mary Eunice (interpretada magistralmente por la actriz Lily Rabe en ese equilibrio entre la dulzura de la hermana y lo terrible del demonio), haciendo tambalear los valores de muchos de sus compañeros y aterrorizando a media población reclusa.

Lo que ha tenido, a mi entender, de novedoso esta temporada respecto a la anterior ha sido la conciencia de la necesidad de contar una historia. Mientras que en la primera daba la sensación de ser más un ejercicio de terror al uso, intentando sacar todas las herramientas del subconsciente colectivo para aterrorizar a la audiencia, en esta se ha puesto más hincapié en dar una lógica interna a la acción, además de unos personajes que aportaban un claro papel en lo que se estaba contando. A esto hay que añadirle que el terror que se ha tratado de conseguir en esta temporada viene de lo más interno del alma humano, ya no tanto por los miedos atávicos que se le tienen a ciertos elementos reales o imaginarios, aunque sí es cierto que se ha coqueteado con elementos fantásticos como la trama de Kitt y sus dos mujeres, que no desentonan porque los personajes están bien definidos, y son un elemento sugestivo más para degustar la serie. Por eso, para mí la clave de esta temporada ha estado en buscar una lógica narrativa. Que la serie, además de provocarnos sensaciones, nos cuente algo. Como ejemplo claro, los dos capítulos de mismo nombre que contaban la historia de una supuesta Anna Frank que sobrevivió al horror nazi, o el arco de personaje sufrido por Jude Martín. Por tanto, chapó por la serie de Ryan Murphy.

sábado, 14 de enero de 2012

THE ARTIST


Hollywood, 1927. George Valentin es una gran estrella del cine mudo a quien la vida le sonríe. Pero, con la llegada del cine sonoro, su carrera corre peligro de quedar sepultada en el olvido. Por su parte, la joven actriz Peppy Miller, que empezó como extra al lado de Valentin, se convierte en una estrella del cine sonoro.

La película tiene el gran valor de ser capaz de colarte una película clásica recién salida de los hornos de Hollywood de la década de los 20 en pleno siglo XXI. El tratamiento de la realización, el guion, y sobretodo la elección de unos protagonistas que parecen sacados de aquella época (impresionante su interpretación dando vida a actores del cine mudo, su expresión corporal y su gestualidad, en un increíble ejercicio de encarnación) hacen de esta una pieza única y altamente recomendable. Tanto Jean Dujardin como Bérénice Bejo son la elección ideal para estos papeles, al no vincularlos el espectador con ningún actor conocido (lo que habría sido un error de casting) y comprobar con creces su capacidad tanto interpretativa, gestual y rítmica. Para completar un el reparto, alimentan el caché del producto actores de primer nivel como son James Cromwell (interpretando al chófer del protagonista), el incombustible John Goodman (como el ejecutivo que dará la patada al personaje de Dujardin), y Malcom McDowell en una aparición casi anecdótica y con cierto guiño cinematográfico.

El film nos regala por otro lado un interesante y sugerente juego de metacine. Una película que nos cuenta los entresijos de un periodo dónde la forma de hacer cine era distinta, y el papel que toma el personaje en este contexto. En un momento de la cinta, da la impresión de que la ruptura va a ir más allá, y que la transgresión va a ser más profunda, pero se queda en una labor metafórica interesante para un relato tan clásico y tan de evocación. Esta evocación hace recordar la economía narrativa de las películas del cine clásico, que con un par de intertítulos son capaces de permitir que el espectador decofique el resto de la conversación (o al menos la idea general) sin necesidad de oír sus palabras. Sí me esperaba algo más novedoso en cuanto a la trama, aunque tal vez tratándose del tipo de película del que se trata era una auténtica quimera en todos los aspectos. La trama, como tal vez era de esperar, es absolutamente lineal, de corte clásico de principio a fin, la típica comedia romántica de los años veinte, que tiene fuerza, y un planteamiento, nudo y desenlace muy claro. Al fin y al cabo, “The artist” permite al espectador un ejercicio de rememoración, de vuelta al pasado tal, que incluso un espectador de mi edad que no vivió esa época ni su postrimerías siquiera, es capaz de imaginarse aquel esplendoroso momento tanto a nivel cinematográfico como a nivel social y artístico.

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