sábado, 14 de enero de 2012

THE ARTIST


Hollywood, 1927. George Valentin es una gran estrella del cine mudo a quien la vida le sonríe. Pero, con la llegada del cine sonoro, su carrera corre peligro de quedar sepultada en el olvido. Por su parte, la joven actriz Peppy Miller, que empezó como extra al lado de Valentin, se convierte en una estrella del cine sonoro.

La película tiene el gran valor de ser capaz de colarte una película clásica recién salida de los hornos de Hollywood de la década de los 20 en pleno siglo XXI. El tratamiento de la realización, el guion, y sobretodo la elección de unos protagonistas que parecen sacados de aquella época (impresionante su interpretación dando vida a actores del cine mudo, su expresión corporal y su gestualidad, en un increíble ejercicio de encarnación) hacen de esta una pieza única y altamente recomendable. Tanto Jean Dujardin como Bérénice Bejo son la elección ideal para estos papeles, al no vincularlos el espectador con ningún actor conocido (lo que habría sido un error de casting) y comprobar con creces su capacidad tanto interpretativa, gestual y rítmica. Para completar un el reparto, alimentan el caché del producto actores de primer nivel como son James Cromwell (interpretando al chófer del protagonista), el incombustible John Goodman (como el ejecutivo que dará la patada al personaje de Dujardin), y Malcom McDowell en una aparición casi anecdótica y con cierto guiño cinematográfico.

El film nos regala por otro lado un interesante y sugerente juego de metacine. Una película que nos cuenta los entresijos de un periodo dónde la forma de hacer cine era distinta, y el papel que toma el personaje en este contexto. En un momento de la cinta, da la impresión de que la ruptura va a ir más allá, y que la transgresión va a ser más profunda, pero se queda en una labor metafórica interesante para un relato tan clásico y tan de evocación. Esta evocación hace recordar la economía narrativa de las películas del cine clásico, que con un par de intertítulos son capaces de permitir que el espectador decofique el resto de la conversación (o al menos la idea general) sin necesidad de oír sus palabras. Sí me esperaba algo más novedoso en cuanto a la trama, aunque tal vez tratándose del tipo de película del que se trata era una auténtica quimera en todos los aspectos. La trama, como tal vez era de esperar, es absolutamente lineal, de corte clásico de principio a fin, la típica comedia romántica de los años veinte, que tiene fuerza, y un planteamiento, nudo y desenlace muy claro. Al fin y al cabo, “The artist” permite al espectador un ejercicio de rememoración, de vuelta al pasado tal, que incluso un espectador de mi edad que no vivió esa época ni su postrimerías siquiera, es capaz de imaginarse aquel esplendoroso momento tanto a nivel cinematográfico como a nivel social y artístico.

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