“American Horror Story” ha terminado una temporada tan
sugerente o más que la anterior, dónde han tenido cabida el misterio, la
intriga, el thriller, el horror, el terror, los sucesos paranormales, y
sobretodo la provocación. La galería de personajes sórdidos y horribles, mucho
más insanos los que se encontraban a cargo de la institución que los que la
habitaban, como no podía ser de otra manera, ha sido un estímulo muy provechoso
que ha hecho que algunos excesos y licencias tomadas por los guionistas se hayan
visto subsanados.
Porque la serie, ha pesar de cambiar de decorado,
localizaciones, personajes y ambiente, ha mantenido su esencia rompedora, gris
y provocadora, en esta institución mental que ha albergado muchos de los
momentos de la temporada, pero que también ha dejado paso a una historia
prácticamente fuera de la institución en la recta final de temporada, cuando
todo el pastel de la corrupción que allí habitaba y la dejadez del Estado dejan
al recinto alejado de la mano de Dios. Hablando de Dios, la religión y el sexo han
estado muy presentes durante esta segunda temporada, temas muy jugosos para
pervertir tanto a los personajes que nos narran la historia como a los
espectadores que la están degustando. Porque si en la primera temporada las
dosis sexuales las obtuvimos prácticamente a cargo del personaje de una joven y
a la vez anciana Moira, en esta la hemos tenido prácticamente de la mano (y lo
que no son las manos) de la hermana Mary Eunice (interpretada magistralmente
por la actriz Lily Rabe en ese equilibrio entre la dulzura de la hermana y lo
terrible del demonio), haciendo tambalear los valores de muchos de sus
compañeros y aterrorizando a media población reclusa.
Lo que ha tenido, a mi entender, de novedoso esta temporada
respecto a la anterior ha sido la conciencia de la necesidad de contar una
historia. Mientras que en la primera daba la sensación de ser más un ejercicio
de terror al uso, intentando sacar todas las herramientas del subconsciente
colectivo para aterrorizar a la audiencia, en esta se ha puesto más hincapié en
dar una lógica interna a la acción, además de unos personajes que aportaban un
claro papel en lo que se estaba contando. A esto hay que añadirle que el terror
que se ha tratado de conseguir en esta temporada viene de lo más interno del
alma humano, ya no tanto por los miedos atávicos que se le tienen a ciertos
elementos reales o imaginarios, aunque sí es cierto que se ha coqueteado con
elementos fantásticos como la trama de Kitt y sus dos mujeres, que no
desentonan porque los personajes están bien definidos, y son un elemento
sugestivo más para degustar la serie. Por eso, para mí la clave de esta
temporada ha estado en buscar una lógica narrativa. Que la serie, además de
provocarnos sensaciones, nos cuente algo. Como ejemplo claro, los dos capítulos
de mismo nombre que contaban la historia de una supuesta Anna Frank que
sobrevivió al horror nazi, o el arco de personaje sufrido por Jude Martín. Por
tanto, chapó por la serie de Ryan Murphy.
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