viernes, 27 de abril de 2012

AMERICAN PIE: EL REENCUENTRO.


Un grupo de viejos amigos vuelven a reunirse. Jim (Jason Biggs) y Michelle (Alyson Hannigan) siguen felizmente casados, aunque hay una vecina que se ha enamorado de él. Además, la cinta sexual con Nadia se ha convertido en uno de los videos más vistos de Youtube. Por su parte, Oz (Chris Klein) vive en una mansión de Malibú, pero su novia parece sólo interesada por su dinero. Mientras tanto, la vida de Stifler (Seann William Scott) sigue siendo un desastre. Heather (Mena Suvari) sale con un cirujano que intenta parecer más joven, y Finch (Eddie Kaye Thomas), que ha viajado por el mundo, intenta ligar con Trish, una camarera amiga de Michelle.

“American Pie” ha conseguido serializar de forma medianamente permanente una imagen de generación concretada en unos personajes que han sido referencia de las llamadas “college movies” de esta década. Esta entrega funciona porque nos importa qué les pasa a los personajes, porque nos importa que les puede pasar diez años después de que les conociéramos. Aquí se produce un efecto curioso casi de metacine que se traslada a la pantalla: esto es realmente una reunión de verdad, de los actores que no coincidían desde la primera entrega, lo que crea un clímax especial en el rodaje y eso se nota. Si en las anteriores entregas el arco de transformación se intentaba provocar en el personaje de Stifler, al marcar el evidente y necesario punto de nostalgia el arco de transformación pilota aquí en Stifler para acabar recalando finalmente en el resto de la pandilla, que representa el estancamiento y la estabilidad que intenta romper de forma gamberra el espíritu de la saga.

Bien es cierto que hay un elemento estructural de guion fallido que hace que la película se tambalee un poco: la enfermiza obsesión por el sexo es más o menos creíble a los dieciocho, pero a los treinta cae por su propio peso porque se convierte en patético. Por otro lado, grandes escenas cómicas de la película vienen dadas por ese patetismo, por ese fracaso de los personajes a dos niveles: para asumir la situación en la que se encuentran, pero también para a la vez asumir que antes estaban mejor que lo que están ahora. Probablemente esto sean síntomas de lo que ahora se ha dado por llamar posthumor. A pesar de ser infantiles en el contexto, los gags funcionan bien porque están muy bien asentados los códigos de la franquicia, por lo que situaciones que parecen irreales y oportunistas nos las creemos porque nos creemos a los personajes y el universo que se ha creado para ellos. Si el espectador, en caso de no conocer la saga o leer la película de forma más académica, no hace ese salto de fe, no disfrutará del film.

Por otro lado, se ha buscado buenas y adecuadas historias para retomar a todos los personajes originales de la primera entrega, historias que hagan trascendente su aparición, y no anecdótica. Esto no sucede en el caso de Shermanator (Chris Owen) o Nadia (Shannon Elizabeth), que son reconocidos ligeros cameos. La excepción a los protagonistas principales la encontramos en Finch, que queda desvirtuado durante todo el relato relegándole a un pequeño conflicto interior dibujado en un halo de misterio pero que pasa de puntillas, dejando la sensación al espectador de que a poco que se lo hubieran propuesto podrían haberle sacado mucho más jugo al personaje. La mayor sorpresa que me he llevado ha sido en la persona del actor Jason Biggs, cuya interpretación sí que justifica su protagonismo en la pantalla, cosa que a mi parecer no lograba en las primeras entregas. Los guiños y referencias para el fan están a la orden del día en pos de hacer un alegato a la nostalgia del espíritu “American Pie”. Mi puntuación: 6 sobre 10.

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