La película se adentra en la historia contemporánea inglesa de los años 30 y 40, concretamente en la historia del rey Jorge VI, quien se vio obligado a reinar tras la abdicación de su hermano Eduardo VIII. Su tartamudez le hace buscar la ayuda de un terapeuta de trastornos del habla, Lionel Logue, quien con una serie de técnicas extravagantes logra que el rey mejore su pronunciación de forma gradual.
Para que un relato cinematográfico que trata sobre un suceso histórico emocione al espectador hay que darle una dimensión humana a alguno de los personajes, y las secuencias han de ser resultonas y eficientes aunque en la realidad eso no sucediera exactamente como se cuenta, pero, eso sí, sin traicionar al pasado. Esto lo consigue la película, básicamente dotando de una relación peculiar a dos personalidades contrapuestas, es decir, el futuro rey de Inglaterra y el logopeda que intenta hacer mejorar su dicción. Esta amistad será el elemento fundamental del film, ofreciéndonos momentos divertidísimos, solemnes y también emocionantes. A mí, consigue emocionarme y que me adentre en los miedos de este rey y sonría con cada ocurrencia de Logue, así que supongo que los ingleses, que son herederos de su historia, disfrutarán de este conjunto más conscientemente que yo.
Esto viene todo ello sustentado por las grandes interpretaciones de todos sus protagonistas, de principio a fin. Mención especial merece destacar la labor de su protagonista, un Colin Firth que asume un trabajo con un importante riesgo, y un Geoffrey Rush que nos dedica otras de sus grandes interpretaciones con un punto gamberro y fresco al que nos tiene acostumbrados en sus últimos papeles, haciendo de contrapunto al abotargado y temeroso Jorge VI con sus métodos poco ortodoxos pero que poco a poco van probando su eficiencia. Helena Bonham Carter da vida a la mujer del personaje de Colin Firth, en un ejercicio de elegancia y majestuosidad interpretativa, sin un ápice de sobreactuación y dejando que todo el peso dramático recaiga en su esposo. El film también cuenta con la participación de Michael Gambon en un breve papel de padre de Jorge VI y al intermitente Guy Pearce, papeles perfectos para ambos que dotan de un indudable aire británico al film tan característico de esa nacionalidad. Me chirria un poco el personaje de Winston Churchill, interpretado por Timothy Spall, que aunque se asemeja él en apariencia de constitución no consigue tomar su presencia y su grandeza, en una interpretación del actor en la que parece estar siempre enfadado o incómodo.
lunes, 20 de diciembre de 2010
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