sábado, 22 de enero de 2011
LA SIMBOLOGÍA EN EL CINE
La experiencia cinematográfica, o mejor dicho, todos los relatos que hemos acumulado en nuestro bagaje intelectual, tanto audiovisuales (films, cortos, series) como escritos (novelas, revistas, periódicos), con sus estructuras y sus contenidos, junto al nivel cultural del que dispongamos son elementos básicos para que podamos decodificar con exactitud los aspectos de un relato.
Una película puede tener varias lecturas. Es muy frecuente que en algunas en las que su director así lo ha querido, o veces en las que ni siquiera es un acto consciente, converjan dos o hasta tres lecturas. Un espectador novato o el espectador medio llegará solamente a la primera lectura, un espectador digamos educado cinematográficamente podrá llegar a esta segunda lectura, pero sólo algunos con una determinada cultura podrán acceder a esta tercera lectura, dónde los símbolos se hacen dueños del relato y son esenciales para que podamos construir la historia que nos ha tratado de contar el director en su totalidad. Esto sucede por ejemplo en películas de distinta índole como puede ser “Pulp Fiction” de Quentin Tarantino o la patria “Caótica Ana” de Julio Médem.
Por esto, el ver una película después de un tiempo puede darnos gratas sorpresas. Nosotros hemos cambiado, nuestro conocimiento y nuestra cultura ha cambiado. Lo mismo que el revisionar mil y una vez los capítulos de “Los Simpsons” puede resultar fructuoso, ya que cada vez que lo ves, encuentras una broma que no habías captado, o una referencia a algo que se te había escapado. Lo mismo sucede con las películas. La cultura adquirida en ese lapso de tiempo y la evolución en tu educación social te puede dar una perspectiva nueva que te ayude a analizar una serie de elementos que antes no habías tenido en cuenta.
Pero mi interés radica en la consciencia que tienen los directores de este fenómeno. Ellos deben saber que cuando realizan una película con múltiples alusiones metafóricas, puede que la mayoría de espectadores no lleguen a comprender realmente la esencia de lo que se quiere contar, y que éstos se queden meramente en lo superficial, lo que sería por ejemplo la lectura de un niño a un capítulo de “Los Simpson”. ¿Hasta qué punto son conscientes los directores de este ejercicio casi en vano que realizan? Está claro que la mayoría de los cineastas hacen sus películas para el espectador, aunque siempre hay alguno que busca una expresión de su interioridad y dicen no tener que demostrar nada a nadie, entonces ¿al acudir a estos elementos a priori minoritarios no es ser como la madre cuidadosa que prepara su mejor sopa con todo su esmero para que el hijo desconsiderado la engulla en escasos segundos? ¿volvería esa madre a dedicarle tanto cuidado o se decantaría en futuras ocasiones por la facilidad del sobre precocinado?
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