Este pasado viernes de madrugada acabó una de las series internacionales
más sugestivas e interesantes de los últimos años. No hablamos de otra que de “Fringe”,
esa producción de J.J.Abrams que en su primera temporada allá por el 2008 tenía
un inconfundible aire a “Expediente X” y una dinámica procedimental que echó
para atrás a alguno de los espectadores que comenzaron a verla. Pero que a
partir del sorprendente final de la primera temporada fue introduciéndose en su
propia mitología para regalarnos una narración particular donde se jugaba con
la ciencia ficción, con los viajes en el tiempo, los sucesos paranormales y los
mundos paralelos con una pericia envidiable, a través de unos personajes que
poco a poco fueron conquistando nuestro corazón.
Y es que este final, haciendo de epílogo de la serie, ha
vuelto a incidir en los personajes. Porque al final, tal como se encargaban de
asegurar con “Lost”, esta también es una serie de personajes. Unos personajes
que nos han atrapado, con sus relaciones y sus sentimientos. Porque nos ha
bastado con las dudas de Walter sobre la relación con su hijo Peter, las dudas
de Olivia respecto a sus capacidades y su relación con este último, para
cimentar sus capítulos. Sumado esto al hecho de que también era una serie con
sus propias reglas, con su propio villano (que oscilaba de una temporada a
otra) y como no, un final. Ha sido un final correcto, pero nada más. Ni
decepcionante, ni admirable. Se ha quedado entre dos aguas, algo que no había
hecho ninguna de las temporadas de “Fringe” hasta esta última, que ha sido un
poco agridulce. La más diferente de todas, ha sido la que más ha bajado el
nivel, aunque aun así ha seguido regalándonos algún momento mágico. En este
episodio, hemos tenido de vuelta a Broyles con la fuerza que tenía el personaje
en pasadas temporadas, volviendo un poco a la esencia de la serie. En este
aspecto, se han recuperado un par de elementos propios de la mitología, como han
sido los viajes en el tiempo (aunque de forma latente, ya que no vemos el viaje
que realiza Walter con el niño observador) y los universos paralelos (el plan
que urden para rescatar al niño observador de las manos de Windmark).
Así pues, también recuperamos a un personaje que ya parecía
olvidado, cerrando un poco su historia (que fue importante en las temporadas 3
y 4): Hablamos de Lincoln Lee, al que volvemos a ver junto a Bolivia en el otro
universo. Aun así, siempre me he preguntado que hubo tras la desaparición del
personaje de Charlie Francis, que me gustaba más que este como compañero de
Olivia, y no puedo evitar teorizar que papel hubiera tenido en este final.
Después del sacrificio de Nina, pocos podían ser los personajes a recuperar,
pero sí que me hubiera esperado algún guiño mínimo a William Bell, que al final
no hubo. Respecto a la trama del capítulo doble en sí, ha sido más emotivo que intrigante,
ya que el recuperar este mundo paralelo y detalles como la conversación de
Walter con Astrid en plan “siempre has sabido como reconfortarme. Astrid es un
nombre precioso” ha marcado la intención de los guionistas. Así como la escena
final como tal, desechando un posible cliffhanger a nivel de acción o de thriller
por un cliffhanger emocional, descubriendo que al final Walter sí que tuvo que
sacrificarse eliminándose del presente en la vida de Peter, con ese mensaje
mandado a través del tiempo en el que hay una flor dibujada, la flor de la
esperanza. Así que, después de tantas alegrías: Bye bye, Fringe.
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