Dante (Edoardo Leo) besa accidentalmente a Alice (Barbara Ronchi), que tiene el mismo vestido que su novia. Desde ese momento, se comprometen, se van a vivir a la misma casa y son muy felices. Pero Dante no puede administrar su tiempo; de hecho, siempre llega tarde y le cuesta conciliar trabajo y tiempo libre. Es su 40 cumpleaños. Alice le organiza una fiesta sorpresa donde él, como siempre, llega en el último momento. Cuando se despierta a la mañana siguiente, no es un día como cualquier otro. Ya ha pasado un año y Dante no recuerda lo que hizo. A partir de ese momento, el tiempo pasa muy rápido para él y no es capaz de detenerlo.
Alessandro Aronadio, bajo guion propio compartido con Renato Sannio, nos regala aquí una metáfora vital hecha literalidad en forma de comedia romántica. La lectura de la película es obvia pero no por ello deja de ser amable y curiosa. Es popular el dicho que a partir de cierta edad prácticamente el tiempo vuela y que, cuando te quieres dar cuenta, los años han pasado sin que hayas podido controlarlo. La explicación psicológica clásica es que los estímulos dejan de ser tan novedosos para el individuo. Tu vida se vuelve mucho más una serie de rutinas. El cerebro, económico por precepto natural, elimina por norma estas rutinas, creando la sensación de que cada vez pasan menos cosas y por ende el tiempo se percibe más rápido y abrupto. Esta premisa es la que aprovecha el director para crear una historia de bucles temporales; desde los 40 años, el protagonista despierta al día siguiente de su cumpleaños con la sorpresa de que ha pasado un año del que no se acuerda nada y es su siguiente cumpleaños. El argumento recuerda bastante a otra comedia amable, en este caso protagonizada por Adam Sandler, Click (2006). En ella, el personaje de Sandler, un arquitecto también muy ocupado, descubre un mando de televisión mágico con el que puede silenciar sus conversaciones, cambiar el idioma o acelerar el tiempo cuando no le interesa lo que está viviendo. Poco a poco, se vuelve adicto a dicho dispositivo y provoca que el mando se ponga en modo automático, saltando muchas de sus escenas vitales sin que él lo pueda detener.
Este mencionado artefacto narrativo fantástico permite al director hacer un ejercicio curioso de quemar naves a velocidad vertiginosa. Algo que normalmente se plantean los creadores de las series de televisión, queda aquí al alcance de la mano del director. ¿Si tengo varios giros pensados para una serie? ¿Cómo debo dosificarlos? ¿Debo quemar todas las naves en la primera temporada por si no renuevan? Esto es exactamente lo que le permite al director la excusa narrativa, ya que al saltar un año cada vez que el protagonista cumple años, le permite explorar muchos acontecimientos de su protagonista y de sus relaciones que de otra manera sería complicado de condensar en solo 105 minutos. Esa es la parte buena. La parte mala es que, sin hacer demasiados spoilers, los conflictos a veces se tocan de puntillas y la mecánica se vuelve repetitiva. La película se convierte muy pronto en un bucle de sorpresas livianas, para el protagonista y para el espectador, que parecen no llevar a ninguna sitio muy interesante ni muy original. Solamente nos preguntamos qué tiene que hacer para romper el hechizo y la respuesta, refrendada por el final, es bastante obvia, por lo que no acaba de justificar esos sesenta minutos previos de bucle repetitivo. Mi puntuación: 6 sobre 10. "Ya era hora" se estrenó el 16 de marzo en Netflix España.
Crítica de Héctor Izquierdo.
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