Las mejores cosas del mundo cuenta la historia de Mano, un
chico de quince años que se ve envuelto en una situación totalmente desconocida
para él. Cuando un día vuelve a casa del colegio descubre que sus padres van a
divorciarse. Mano sería un número más en la estadística de adolescentes que
sufren con el divorcio de sus padres si no fuera por la causa por la que se
separan. La angustia y la pérdida que supone esta intensa experiencia atormenta
al protagonista que, ahora, junto con su hermano mayor, deben convertirse en
los hombres de la casa.
Esta película es una suerte de telefilm dramedia pasado a
código cinematográfico que cuenta las experiencias de un adolescente obligado a
experimentar ciertas cosas por primera vez, cosas para las que tal vez no está
preparado: pero es que en esas situaciones, nadie lo suele estar. La palabra
que define este producto es irregularidad: porque hay momentos que aun estando
basados en la cotidianidad de lo ordinario, tienen un matiz de frescura capaz
de conquistar al espectador durante varias secuencias (un ejemplo claro es
ciertos momentos de la trama del padre y su pareja); sin embargo, muchos otros,
a decir verdad la mayoría, parecen sacados de un trivial capítulo de “Al salir
de la clase”, al más puro estilo folletín. Las actuaciones del reparto salvan
en cierta medida la película, sobretodo la de algunos de los protagonistas
adultos, y por otro lado la empatía que produce el protagonista con el
espectador, un rostro normal y corriente que no opta por buscar la prototípica belleza
del séptimo arte.
Sin embargo, exceptuando la ya mencionada trama en la que se
ve involucrado el padre y su nueva pareja, todo es bastante banal, y en otros momentos
demasiado desfasado y fuera de tono, como si estuviéramos en un capítulo de
Glee –como la lucha por el poder de varios grupos en el Instituto o el baile-. En
las películas brasileñas, según mi experiencia, ocurre el proceso inverso que
con algunas de las películas de Almodóvar en España: no salen demasiado
favorecidas para la crítica nacional, pero son alabadas en el extranjero. Con
las del país latinoamericano suele pasar lo contrario: grandes críticas en su
propio país que avalan por ello su salida fuera de sus fronteras, pero que
luego se revela como bastante común a ojos ajenos. Tal vez tenga que ver con
que ciertas películas tratan muy bien la intelectualidad o los códigos que
manejan interiormente en el país, algo que nosotros desde fuera no conseguimos
ver. Una última cosa: no encuentro sentido al título. Mi puntuación. 5 sobre 10. “Las mejores cosas del mundo” se estrenó este
pasado mes de septiembre en las salas españolas.
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