jueves, 24 de febrero de 2011
23-F
Este film dirigido por Chema de la Peña, director que ha alternado su carrera con documentales y películas como “Isi/Disi: amor a lo bestia”, tiene más aires de telemovie que de largometraje destinado a la pantalla grande propiamente dicha. Narra el fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, que comenzó con la toma del Congreso de los Diputados y terminó con la liberación de los parlamentarios, poniendo por unas horas en grave riesgo la democracia española.
Nos encontramos aquí con una telemovie para salas de cine que cuenta los hechos de una forma correcta y desde los focos adecuados desde los que se vivió la situación (el Congreso, la Zarzuela y los distintos emplazamientos de los generales involucrados en el golpe), aunque se echa en falta una participación más activa de “la calle” en los acontecimientos que les marcará históricamente para bien o para mal. Se hubiera agradecido una mención más expresa a la gente de todos los puntos del país, que tuvieron la obligación de preguntarse si querían seguir con lo que tenían ganado o romper con ello. La narración es acertada y rigurosa en cuanto los hechos, pero echo en falta una tensión narrativa propia del thriller político que intentan construir; aunque informativo (la mayoría de los diálogos están documentados por tradición oral), a mi parecer no crea un arco argumentativo que pueda interesar a un espectador que no conozca los hechos como el ciudadano español medio. El film se mueve también peligrosamente entre el drama más arraigado a la situación en la que se ven involucrados los participantes, con unos tintes derivados de la comedia más valleinclanesca dado el surrealismo y de la imposibilidad de la situación que se estaba dando en esos momentos en el Congreso de los Diputados. Este peligroso equilibrio hace que la película no se defina correctamente y no logre esa tensión que enganche al espectador durante los 110 minutos de metraje. Sí logran por otro lado acercar a estos personajes a la cara más real y humana, alejándose de la visión más épica y retratándonos ante todo a personas con unas motivaciones, justificadas o no, para lo que están haciendo.
El gran acierto de la película es sin duda el reparto, un ejercicio de buena elección y que recrean a personajes reales y relativamente cercanos con una sobriedad y eficiencia en muchos casos excelente. En este caso tenemos sobre todo a tres actores que se comen la pantalla recreando sus papeles. Por un lado tenemos a un inmenso Fernando Cayo en la piel del rey Juan Carlos, dibujando perfectamente el arco del personaje que va desde la perplejidad hasta el remonte que supone coger las riendas de la situación, adaptando los movimientos y la gestualidad de su majestad para luego eliminarlo y simplificarlo, quedando una esencia que hace que el espectador pueda reconstruir él mismo lo que falta, alejándose de la caricatura forzada. Mención especial merece también la increíble encarnación de Ginés García Millán de Adolfo Suárez, en un papel que ya ha interpretado anteriormente, y en el que podemos ver la viva imagen del ex presidente del Gobierno, con ese deje de soledad, frustración y valentía que demostró en los momentos clave del fallido golpe. El tercer puntal es sin duda Juan Diego, en una composición interpretativa de Alfonso Armada muy cuidada y creativa, recurriendo según sus palabras al Richard III de Shakespeare para crear un personaje tenso y manipulador, que va de puntillas, como viendo pasar de perfil lo que ocurre cuando realmente él mueve los hilos. Sin embargo tenemos otro arsenal de actores con papeles menores que también ayudan a formar este gran plantel interpretativo y dar cierto caché a este producto, entre los cuáles están Lluís Marco (Milans del Bosch), Mariano Venancio (Sabino Fernández Campos), Manolo Solo, Luis Zahera o Jesús Noguera. En el papel protagonista, recayendo mucha de la responsabilidad interpretativa, tenemos a Paco Tous, que dada su indudable vena cómica (y payasa) y el surrealismo de alguna de las secuencias en las que se ve involucrado Antonio Tejero se me queda un poco desangelado respecto a su acompañamiento, pero hay que mencionar que su interpretación física es más que correcta.
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