“Frágiles” llegó a su fin finalmente con el episodio octavo
de esta segunda temporada, con Telecinco decidiendo días antes su no-renovación
y apostando por emitir los dos últimos episodios seguidos la noche del lunes 2
de septiembre. La serie, llevaba tiempo dando muestras evidentes de su progresiva
bajada de audiencia, pero también de la incapacidad de renovarse y de superar
sus hándicaps en una supuesta tercera temporada.
Esta ha sido claramente una temporada más floja que la
primera, perdiendo parte de su frescura y de su esencia. La clave de su bajada
de calidad en mi opinión ha estribado en las relaciones sembradas entre sus
protagonistas. En esta temporada, se optó por cambiar la estructura de los
capítulos, que por un lado serían más largos que los de la primera. Empezábamos
así con una elipsis temporal de casi un año, dejándonos unas piezas en el
tablero que no sabíamos como habían quedado como habían quedado: a través de
flashbacks, los guionistas nos irían desvelando qué causas y situaciones habían
llevado a los personajes hasta el momento en el que estaban. Hablamos por un
lado del triángulo entre Pablo, Ana y Teresa; pero también del embarazo de Lola
cuando hasta hace un poco era incapaz de verse tocada. Esto, les permitía tener
un universo más amplio que explorar, que ya no solo se limitaba al caso
particular por capítulo y a sus dos pacientes estrella –Lola y Teresa-; sin
embargo, no siempre era interesante lo que nos contaban.
En esta necesidad de alargar la duración, encontramos que el
mayor error de la serie fue liar hasta lo indecible las relaciones entre los personajes
protagonistas, introduciendo incluso más cabos en el nudo ya de por sí complejo,
presentándonos desde el principio al personaje de Mario (Ginés García Millán) que
estaría vinculado tanto con Pablo como con Teresa. En este nuevo cuadro, Pablo
tenía tres pretendientas (Teresa, Ana y su hermana Pilar), pero ahora Mario se
convertía en la pareja de Teresa, haciendo una suerte de quintángulo amoroso.
Por si esto no fuera ya suficiente, a mitad de temporada se introducía otro
nuevo personaje femenino vinculado en el pasado con los dos amigos, con una
hija de regalo, que era resultado de un escarceo amoroso con Mario. Todo
demasiado rocambolesco, demasiado embarrado, demasiado telenovelesco, demasiado
rizar el rizo. Mario no nos importa tanto como los guionistas creen, pero quizás
Pablo tampoco. Hay que crear un universo que te permita desarrollar tramas,
pero no a costa de añadir capas y capas sin sentido.
Por último, uno de los elementos que también perdieron su
fuerza fueron los casos clínicos como tal. Ya mencionamos que cada vez les
costaba más justificar que ciertos pacientes fueran a ver a Pablo siendo
fisioterapeuta y no psicólogo, algo que se notaba cada vez más y que mermaba la
verosimilitud de sus argumentos, además de que las dotes del protagonista
excedían las propias y pasaba a ser a la vez policía, consejero y amigo de casi
todos sus pacientes: un truquito que se perdonaría de ser los casos
interesantes. Sin embargo, los de esta temporada, a excepción de la pareja de ancianos
y tal vez el del hombre que creía que su mujer la seguía esperando en una nave
alienígena, han carecido prácticamente de interés y han sido mucho más llanos que
lo que nos tenían acostumbrados. La lista de cameos ha sido igual de imponente
que en la anterior temporada (Juanjo Artero, Patricia Vico, Antonio Molero,
Cristina Castaño, Malena Alterio, Miguel Rellán…), sin embargo, la empatía con dichos casos por
parte del espectador ha sido más limitada.
El último capítulo, por fin, se permitió incluso una
concesión musical que me sorprendió gratamente, y nos ofreció un episodio
tremendamente sentimental, sacando mucho partido emocional al personaje de
Lola, y totalmente centrada su trama en la situación crítica de Pablo. Tenía
este un marcado aroma a final de temporada, que quizá los guionistas habían
dispuesto por si no se producía la renovación. Pablo, estaba teniendo una
especie de redención en la que comenzaba a hacer todo lo que no había hecho
durante la serie: decir de forma clara lo que sentía a sus seres queridos. Sin
embargo, cuando nos aproximamos al final, cuando Pablo entra en quirófano,
vemos que no, que se trata de un final de temporada pero no de serie, ya que
todas las tramas quedan abierta. Tenemos ese monólogo típico del protagonista,
la aparición de Jose en el hospital, la incertidumbre de cómo irá el juicio de
Lola para quedarse con su bebé, la duda de si Pablo sobrevive… Total, otra
serie que acaba sin pena ni gloria, perdiendo la química que sí consiguió la
productora con el espectador en “La pecera de Eva”.
Es de acuerdo en lo de que no es un final de serie, porque no saber si el prota muere o sobrevive está genial para mantener la tensión entre el parón de temporadas, pero no como un colorín colorado. Tambien hubiese molado haber visto un poco más de las intenciones del ex de Teresa... Al final, de lo poco que hemos sacado en claro es que Lola y Nacho compartirán la custodia (de un bebé que ya podríamos haber visto nacer). Del resto, todo en el aire.
ResponderEliminarAh, y respecto a que los casos han sido menos interesantes esta temporada respecto a la anterior, estoy también de acuerdo. Eso sí, hubo uno que me gustó mucho y no has nombrado: el de la monja con el embarazo psicológico.