En junio de 1994, Nicholas Barclay, un niño tejano de 13
años, desapareció sin dejar rastro. Tres años después, se reciben noticias
sorprendentes sobre el caso: el chico, que ha sido hallado en España, afirma
que ha sido torturado por sus secuestradores. Tras la inicial alegría de la
familia al recuperarlo, se plantea un problema inexplicable: ¿cómo es posible
que el hijo rubio de los Barclay sea ahora moreno?
El documental del nominado al Óscar Bart Layton es
increíblemente intenso e inquietante, y funciona como el mejor de los thrillers
psicológicos que hayamos podido ver en nuestras pantallas. La historia ya de
por sí, es tan fascinante y tan inverosímil que el material con el que se
encuentra es puro diamante en bruto. Se trata de una historia terrible y a la
vez entrañable, y lo difícil es separar estos dos ámbitos: en esta dan cabida
temas como la necesidad, las esperanzas, la identidad, y las cosas increíbles
que pueden hacer los seres humanos cuando se tratan de las necesidades
afectivas. Ni que decir tiene que funciona mucho mejor de desconocer la
historia en la que se basa, como es mi caso, ya que el juego de identidades y
las cartas que se esconden estarían al descubierto de ser al contrario.
A todo esto, hay que añadirle el buen hacer de Layton, que
sabe narrar la historia con todos los recursos que tiene a su alcance,
manipulando hábilmente al espectador y creando un relato de ficción que tiene
aún más fuerza atendiendo a que sabemos que se trata de hechos reales. En esto
radica el logro del director, en saber cuando disponer cada información,
jugando con el espectador de forma en que no somos capaces de prever el
siguiente paso, creando un relato esquivo, que hace que saquemos nuestras
propias conclusiones a media que va avanzando en su historia, casi todas igual
de terribles. La disposición, para bien y para mal, de la gente que se presta
para declarar en los acontecimientos, hace el resto. Mi puntuación: 8 sobre 10.
“El impostor” se estrena mañana viernes 10 de mayo en las salas de toda España.
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