Un grupo de estrafalarios pasajeros viaja a Ciudad de México
en un avión cuya tripulación es absolutamente esperpéntica. Durante el vuelo,
una grave avería hace que los pasajeros, al verse inevitablemente al borde de
la muerte, se sientan inclinados a revelar los asuntos más íntimos de su vida.
Todo ello desembocará en una comedia caótica y disparatada.
Almodóvar intenta retomar aquí un poco el camino sembrado en
el tono y el color que pudimos ver en su
“Mujeres al borde de un ataque de nervios”, pero se queda en un punto de
comedia estrafalaria y surrealista que provoca que nada en esta historia sea
mínimamente creíble. Pedro Almodóvar nos propone aquí de nuevo una película llena
de su universo particular, alejándose esta vez un poco (pero no del todo) de esas figuras femeninas tan presentes en su carrera, en el que deambulan locas y mariconas sin
parangón, pero sin la chispa que pueden tener otras de sus producciones. El
punto de partida, sugerente en un principio, se ve desvirtuado por la necesidad
de contar unas historias que no interesan, para rellenar lo que en un principio
parece la única idea original, la de presentar a tres locazas reconvertidas en
azafatos de vuelo que son capaces de despellejarse en la sala de mandos pero
también de bailar una coreografía para calmar a los pasajeros. Todo lo demás es
relleno, y aunque se intenta hacer un simulacro de tramas entrecruzadas, lo
único salvable son las interpretaciones de incombustibles del cine español como
Antonio de la Torre, Cecilia Roth o Lola Dueñas. Porque seguramente esta
película puede gustar a los más acérrimos defensores del director manchego,
pero es difícilmente salvable para el espectador medio.
El trío de locas formado por Javier Cámara, Carlos Areces y
Raúl Arévalo hace en momentos disfrutable este episodio que debía haberse
quedado solamente en las escenas de avión, intentando crear cierta atmósfera de
tensión que ya hubiera provocado el contrapunto perfecto con la comedia que emerge de los disparatados
personajes. Estos momentos del trío, son sorprendentemente los que no tienen
que ver mucho con las minitramas que se nos intentan plantear en la película,
sino que casi son una especie de sucesión de gags en el que Javier Cámara hace el
personaje con más matices, Carlos Areces se tira a la piscina logrando un
prototipo de gay extraño pero a la vez real, y Raúl Arévalo se mueve entre la
sobreactuación y los clichés en un principio hasta mimetizarse con sus dos
partenaires a medida que avanza la película. Sobran tramas y personajes (a pesar
de la delicia que resulta en algunos de los casos su presencia en cualquier película)
como el de Blanca Suárez, Paz Vega, Willy Toledo, y los cameos de Penélope Cruz
y Antonio Banderas. Es como si se hubiese apuntado al carro de la moda de
“Torrente IV” en la que no se buscan actores para la trama, sino que se opta
por buscar tramas para ciertos actores, lo que bajo mi punto de vista supone
cierta estafa argumental. Mi puntuación: 4 sobre 10. “Los amantes pasajeros” se
estrenó este pasado viernes 8 de marzo en las salas españolas.
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