La producción inglesa escrita por Charlie Brooker cierra
esta segunda tanda de episodios con un tercer capítulo que se sumerge en el
mundo de la política, su relación con los medios y la peligrosidad que puede
suponer en un futuro no muy lejano la democratización provocada por la
integración de este sistema con las nuevas tecnologías, en lo que se ha
denominado comúnmente como Política 2.0.
Esta entrega nos propone a un conjunto de protagonistas que en
mayor o menor medida están relacionados con los candidatos a las elecciones al
Parlamento, pivotando estos en una figura que se erige como protagonista real
de la narración: un cómico venido a menos que está detrás de una especie de
muñeco animado informáticamente a lo “Trancas” y “Barrancas” de “El Hormiguero”
que forma parte de un show que se dedica a sacar los colores a las figuras
políticas o de relevancia actual. En este contexto, el dibujo animado (y al
mismo tiempo el hombre que hay detrás de éste) comienza a convertirse en el
icono de la opinión popular, el del descontento de la población respecto a sus
líderes políticos, y de una forma vertiginosa empieza a ser considerado como
posible candidato político que de voz real al pueblo. Y ahí es dónde estriba el
conflicto en el que incide el capítulo: ¿Quién es realmente ese actor político?
¿El dibujo animado? ¿La idea que tiene el público de ese dibujo animado? ¿El
actor que hay detrás? ¿La persona que hay detrás del actor? ¿O incluso la
corporación que hay detrás?
Estas son las dudas con las que juega tan inteligentemente la
ficción en este tercer episodio. Con la responsabilidad que conlleva una
democratización actual tan banal y a veces hipócrita de todo lo que nos rodea, ya
sea el mundo de la política u otros universos mediáticos, creando fenómenos
como el que narra el episodio o como el que hemos provocado en nuestro país
hace no mucho tiempo teniendo como representante musical a “Chikilicuatre” (encarnado
por el actor David Fernández) participando en Eurovisión. La metáfora es la
misma y el ejemplo es prácticamente el mismo: Un muñeco que representa
aparentemente el sentir del pueblo representando el papel que debería ir
destinado a una persona. Pero cuando nos encontramos ante figuras en vez de
personas: ¿Dónde está la línea que separa estos dos actores? ¿Dónde ponemos la
línea que separa a la persona del personaje? ¿A la persona del actor? ¿A la
persona del icono? El debate está servido. “Black Mirror” se ha encargado de
incendiarlo en forma de perla ficcionada.
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