lunes, 24 de septiembre de 2012
UNA VIDA MEJOR
Yann (Guillaume Canet), cocinero, y Nadia (Léila Bekhti), camarera y madre de un niño de nueve años, deciden arriesgarlo todo y comprar un restaurante. Pronto se dan cuenta de que no pueden hacer frente a los préstamos que han pedido. Nadia se ve obligada a irse a trabajar a Canadá para sacarlos a todos de apuros, y Yann se queda en un intento desesperado por salvar el restaurante, obligado también a criar él solo al hijo de su amada.
“Una vida mejor” encierra un título profundamente cínico, como lo es la situación en la que se enfrentan decenas de familias que intentan llevar una vida un poco mejor de la que las ha tocado por haber nacido en la clase social en la que han nacido, y por el contrario se ven con la imagen de un sistema financiero que en vez de permitirles escalar en el escalafón les envuelve con créditos que al final no pueden pagar endeudándolos todavía más de lo que estaban. Esta es la historia que nos cuenta esta película, que tiene una clara vertiente de cine social pero al que se le ha engarzado una necesaria parte romántica, para darle mucho más empaque al conjunto total. Esta segunda línea narrativa viene muy bien sustentada por los actores que dan vida a la pareja protagonista: Guillaume Canet realiza un trabajo de una gran expresividad, en la que con una mirada es capaz de transmitir todo lo que el joven está sufriendo y por lo que está pasando en ese momento. Por otra parte, el director huye de buscar una actriz de usar y tirar para interpretar a una madre ausente, sino que gracias a la elección de la exótica Léila Bekhti nos encontramos a una profesional desgarradora y con verdad, por lo que el espectador ansía tanto ese rencuentro y sufre aún más con la situación de los dos varones.
Es una película eficaz y bien realizada, sin muchas estridencias y que nos cuenta una realidad que tenemos en nuestro día a día en la crisis mundial en la que estamos inmersos. No brilla especialmente por su originalidad, pero está bien hecha y bien interpretada. Hay momentos entre el hijo y Yann, y conversaciones entre Yann y Nadia de rabiosa verdad; por otro lado, los momentos entre Nadia y su hijo son tremendamente emotivos pero no se dejan llevar por el sentimentalismo barato. Este trío de personajes y un par de elementos que forman parte básicamente del intrincado sistema económico del país, les basta para componer este relato. Llama bastante la atención la casi carencia absoluta de música, limitándose esta solamente a un tema melódico que funciona como leitmotiv, y por otro lado una canción desasosegante al final de la historia, muy inteligentemente escogida (“Big bird in a small cage” de Patrick Watson). Todo esto, nos deja con una película notable y necesaria, de las que pueden agitar conciencias a pesar de que todo el mundo cree saber lo que pasa. Mi puntuación: 7 sobre 10.
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