viernes, 3 de febrero de 2012

LA CHISPA DE LA VIDA


Roberto (José Mota) es un publicista en paro que alcanzó el éxito cuando se le ocurrió un famoso eslogan: "Coca-Cola, la chispa de la vida". Ahora es un hombre desesperado que, intentando recordar los días felices, regresa al hotel donde pasó la luna de miel con su mujer (Salma Hayek). Sin embargo, en lugar del hotel, lo que encuentra es un museo levantado en torno al teatro romano de la ciudad. Mientras pasea por las ruinas, sufre un accidente: una barra de hierro se le clava en la cabeza y lo deja completamente paralizado. Si intentara moverse se moriría. Se convierte así en el foco de atención de los medios de comunicación, lo que volverá a cambiar su vida...

Idea muy original y valiosamente ejecutada por Álex de la Iglesia, que contiene una crítica feroz a los medios de comunicación y a la morbosidad de la sociedad en general, con grandes dosis de cinismo y un tono amargo que está caracterizando los últimos trabajos del director, pero que se queda en poco y enseguida da muestras del poco recorrido que le da a nivel narrativo. Con esta idea de partida, tenemos grandes momentos derivados de la mezquindad de los personajes que rodean al protagonista de la historia, así como de la brutal y exagerada decisión que toma el mismo respecto a su vida y lo que quiere hacer con el accidente. Así pues, por un lado tenemos una historia con una escalada de patetismo y oportunismo, en algunos momentos llevado al extremo, sustentado en el actor José Mota como eje de todas las miradas. Este, aguanta el envite interpretativo cuando se trata de diálogos, pero en el momento en que la voz cantante descansa totalmente en su persona, lleva su interpretación a un punto rayano a la parodia, denotando rasgos característicos del buen cómico, pero no del gran actor que debería haber seleccionado Álex de la Iglesia para esta empresa. En similar caso encontramos a la actriz Salma Hayek, que además de no estar a veces en consonancia con la historia, su figura internacional y su dicción nos saca bastante de la película. Basta con observar la primera escena, que comparten en solitario Mota y Hayek, que nos hace prever lo peor, y por suerte, finalmente la historia es lo suficientemente curiosa y original para que este hándicap no la eche abajo.

En el apartado interpretativo, sorprende lo poco que brillan actores de la talla de Blanca Portillo (dando vida a la responsable del museo dónde el protagonista sufre el accidente), de Juanjo Puigcorbé (encarnando al máximo mandatario de una prestigiosa cadena de televisión) o una Nerea Camacho que casi no tiene líneas de texto. En la otra cara de la moneda tenemos a un grande, probablemente al más grande del film, Fernando Tejero, dando vida al mezquino y aprovechado abogado de una empresa de publicidad, que trata de sacar todo el jugo a la terrible situación que se desarrolla a su alrededor; Eduardo Casanova en un vistoso papel de hijo gótico del personaje de Mota; Manuel Tallafé como el amigable hombre de seguridad del teatro en ruinas; y una sorprendente Carolina Bang como la intrépida reportera que conseguirá acceder hasta el hombre accidentado. La esencia es bastante notable, y el riesgo que asume la producción de ejecutar casi toda la historia en una misma localización haciendo descansar totalmente el interés en el guion y en los personajes es digna de alabar, pero tiene algunos momentos muy previsibles, y la pregnancia artificial que exudan tanto José Mota como Salma Hayek hace de este un producto irregular pero valioso, y con ciertos detalles bastante reseñables que hacen a la película merecedora de pagar la entrada. Sin embargo, podía haber sido mucho más de lo que es. Una pena.

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