“La fuga” ha emitido ya su quinto episodio desde que comenzara hace ya unas semanas. Después de empezar en el prime time del miércoles, Telecinco la ha reubicado la noche de los martes, dando síntomas de que los resultados no son todo lo buenos que esperaban. Después de esta primera tanda de entregas, ya hay una serie de rasgos que parecen evidentes en este arriesgado producto de la productora BocaBoca.
En primer lugar es bastante evidente el gran coctel de personajes y de facciones grupales que tenemos en la cárcel de máxima seguridad. Esto es un arma de doble filo. Si están bien trabajados te puede dar historias apasionantes, emotivas o intrigantes; como por ejemplo los primeros pasos de la del preso 001 o la del hombre que se intentó fugar en el capítulo 2; pero en esta misma línea, también se corre el riesgo de dispersarse en tramas secundarias e irrelevantes como la que parece que va encaminada en cuanto a la relación instructor-soldado de los personajes de Jordi Vilches y Ramón Langa. En segundo lugar, la serie se limita casi por completo a una única y solitaria localización. Están obligados a amortizar el decorado (lo que supone un hándicap de futuro), y los planos tan interiores asfixian al espectador y hacen que la serie se vuelva monótona compositiva y visualmente hablando, tal como sucede en “El Barco”. Se necesitan localizaciones distintas para darle un cambio de tercio, por medio o bien un mundo exterior, de flashbacks u otros mecanismos. En las contadas ocasiones en las que se ve el mar, el cerebro respira aire fresco y el espectador lo agradece. En esta línea y en el apartado de la realización, tenemos mayoritariamente planos muy cerrados, cortos y claustrofóbicos, tanto en el bando de los presos como en el de los funcionarios de prisión, lo que contribuye también a fomentar esa sensación de monotonía y poca vistosidad.
La gran losa es la alargada sombra que proyecta “Prison Break”: el referente está inevitablemente en el colectivo tanto nacional como internacional, mientras que la trama y la localización hace eco continuo de ello. Una música muy similar, y unas cortinillas de transición prácticamente calcadas no hacen sino aumentar esta sensación de parecido. La dificultad estriba en encontrar giros de guion y mecánicas distintas a las que se dieron hace unos años en esta obra maestra de la ficción norteamericana. Otro de sus principales lastres a mi entender es la de la duración, que se alarga hasta casi unos 70 minutos por capítulo, tan de moda en la ficción española, y que está promovido por las cadenas de acuerdo a los anunciantes. Los decorados y el vestuario, que en un principio podían ser de los puntos más conflictivos, están bien resueltos y son bastante creíbles. La serie ha logrado una gran verosimilitud en este aspecto al revelarse desde el principio como una historia de personajes, no tanto de acción. Va a ser muy difícil que en torno a las alianzas, los problemas, giros y soluciones, diste mucho de los de “Prison Break”, por lo que les costará mucho sorprender a la audiencia. La solución podría radicar en tener a unos personajes potentes (pero incluso aquí el referente es muy fuerte, y T-Bagwell y Abruzzi son los ejemplos más claros). En nuestro caso tenemos a unos más que solventes Aitor Luna y María Valverde dando vida a los protagonistas de la serie, pero mientras que esta segunda se nos presenta con bastantes matices, Daniel de momento se ha dibujado de forma bastante plana. Esta coralidad ya mencionada ha provocado que se profundice muy poco en los personajes. De lo visto hasta ahora, llama la atención el presidente de la prisión (Luis Iglesia) por estar allí por su propia voluntad; el doctor Vidal (Patxi Freytez), que es un antiguo miembro de una peligrosa sociedad llamada la Hermandad; Reverte (Asier Etxeandía) como el jefe implacable de los funcionarios; la psicóloga de la institución (Marian Álvarez); y Morris (Manuel Sánchez Ramos) como el menudo y acomplejado traficante de la prisión.
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